Cuentos Árabes:
La Peste
Una caravana de mercaderes y peregrinos atravesaban lentamente el desierto. De pronto, a lo lejos, apareció un veloz jinete que surcaba las arenas como si su caballo llevara alas. Cuando aquel extraño jinete se acercó, todos los miembros de la caravana pudieron contemplar, con horror, su esquelética figura que apenas si se detuvo junto a ellos. Tras una breve conversación lo comprendieron todo. Era la Peste que se dirigía a Damasco, ansiosa de segar vidas y sembrar la muerte. — ¿Adónde vas tan deprisa? –le preguntó el jefe. — A Damasco. Allí pienso cobrarme un millar de vidas. Y antes de que los mercaderes pudieran reaccionar, ya estaba cabalgando de nuevo. Le siguieron con la vista hasta que sólo fue un punto perdido entre la inmensidad de las dunas. Semanas después la caravana llegó a Damasco. Tan sólo encontró tristeza, lamentos y desolación. La Peste se había cobrado cerca de 50.000 vidas. En todas las casas había algún muerto que llorar, niños y ancianos, muchachas, jóvenes… El jefe de la caravana se llenó de rabia e impotencia. La Peste le había dicho que iba a cobrarse un millar de vidas… sin embargo había causado una gran mortandad. Cuando tiempo después, dirigiendo otra caravana por el desierto, el jefe volvió a encontrarse con la Peste, le dijo con actitud de reproche: — ¡Ya sé que en Damasco te cobraste 50.000 vidas, no el millar que me habías dicho! No sólo causas la muerte, sino que además tus palabras están llenas de falsedad. — No –respondió la Peste con energía-, yo siempre soy fiel a mi palabra. Yo sólo acabé con mil vidas. El resto se las llevó el Miedo.
El grano de arena
Dios estaba fabricando el mundo. Después de los astros, la tierra, el mar, fabricó también a las personas. Eran bellas criaturas, con los ojos espléndidos, pero sin alma.— Es necesaria el alma, sugirió el arcángel que lo ayudaba.— Cierto, dijo Dios. Ahora la hacemos.Y se puso a preparar las almas. Estaba contento, trabajaba con entusiasmo. Amasó rayos de sol con perfume de jardines, zafiros de montaña con susurro de olas marinas… y las almas salían del laboratorio todas adornadas y brillantes. Entonces el Padre bajó a la tierra y distribuyó un alma a cada persona.Pero como aquel día llovía, algún alma llegó a destino un poco deteriorada. Y un día una persona -una de aquellas que había recibido un alma algo estropeada-tuvo el impulso de decir una mentira, una mentira de nada, así de pequeña; pero era el primer hilo de la inmensa red de los engaños.Dios, que lo sabe todo, se dio cuenta. Reunió a sus hijos de la Tierra y les dijo que no se debe mentir.— Por cada mentira que digáis, arrojaré sobre la Tierra un granito de arena.Los hombres no hicieron caso. En aquel tiempo no había arena sobre la Tierra; y con todo aquel verde, ¿qué importancia podía tener un granito de arena? Así fue como, después de la primera mentira vino la segunda, y tras ésta la tercera y la cuarta… La lealtad iba desapareciendo, el fraude y el engaño invadían el mundo.Dios por cada mentira arrojaba un granito de arena; pero a un cierto punto, ya no pudo más, y tuvo que ser ayudado por un ejército de ángeles y de arcángeles.Cayeron del cielo torrentes de arena, y la Tierra, el bello jardín florido, empezó a ajarse. Vastas zonas terrestres se cubrieron de arena: era el desierto. Sólo aquí y allá, donde todavía vivía alguna buena persona, quedaron raros oasis. Pero como la calamidad continúa difundiéndose, no está excluido que un día, por culpa de las mentiras, la Tierra se convierta toda en un inmenso desierto…
lunes, 15 de diciembre de 2008
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